En la quietud de mi habitación 

Sentada a la orilla de la cama, mi mirada se posa en la ventana. Observo las horas que se deslizan sobre la majestuosa montaña. 

El sol se despide, cediendo el paso a la oscuridad, y la luna emerge en su esplendor celestial. 

Oh, luna, confidente de secretos, tú conoces mis penas y mis lamentos. 

Luna magnífica, que alumbras la noche, te imploro abrigo en tu fría vastedad. 

Luna plateada, guardiana de misterios, llévame contigo, lejos de este tormento. 

Anhelo ser una de tus estrellas, una pequeña luz que ilumine el horizonte. 

Conviérteme, oh luna, en tu fiel amiga, pues no quiero continuar en esta tierra sin vida.