"Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las manos de uno hayan tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno. No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de tocarlas, quedará en ellas algo de uno.
(...) El abuelo murió hace muchos años, pero si usted mira dentro de mi cabeza, por Dios, en las circunvalaciones del cerebro verá las huellas digitales del pulgar del abuelo. El abuelo me tocó una vez. Como dije antes era escultor: 'Odio a un romano llamado Statu Quo' me decía. 'Llénate los ojos de asombro, vive como si fueses a morir en los próximos diez segundos. Observa el universo. Es más fantástico que cualquier sueño construído o pagado en una fábrica. No pidas garantías, no pidas seguridad, nunca hubo un animal semejante (...)'."
Fahrenheit 451.
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