LianFangZu se despidió y aunque Xue Yang fuera una de las personas que muy bien lo conocían su relación parecía distanciarse. Tenían objetivos distintos. Así que solo en un asentimiento se alejó sin mirar atrás mientras palmeaba con suavidad sobre el lugar donde guardaba cierta bolsa atrapa espíritus.
Otro día sin prosperar.
Se había mantenido calmado pero errar nuevamente provocó un colapso en su paciencia. Silbó y Song Lan apareció. Ordenándole que terminara el trabajo, yacieron así unos cuerpos sin vida en el suelo.
No había gracia.
La mitad del amuleto era insuficiente.
Y Xue Yang necesitaba destrozar algo con sus manos.
Observó a Song Lan. Le habló. Le gritó. Le insultó y en otro momento de repente su espada se encontraba pegada al cuello de este.
Por supuesto el Daozhang ni se inmutaba. Por fuera como un maniquí, como un sirviente fiel y por dentro deseando que su vida al fin acabe.
Xue Yang se separó lentamente. No le daría una sorpresa desagradable a XingChen. Solo por eso aún mantenía vivo a Song Lan. Es más. Sería como un regalo de bienvenida. "Daozhang Xiao... Su amigo no está muerto, mire, él no te lastimará otra vez"
Song Lan escuchaba, veía y sufría. Su rostro congelado y su alma destrozada. Por una parte deseaba que el alma de su amigo fuese restaurada y por otra, que esta fuese liberada. Con esa esperanza vivía... Vivió.
Varias veces XueYang desahogaba su frustración en él.
Y lo entendía.
Entendió por qué XingChen pudo convivir con él. Era como cuidar de un niño.
Pero en esta ocasión, el niño lo odiaba con todo su ser. El niño lo quería matar pero no podía.
Y cuando al fin alguien más lo ayudó a ser libre.
Ahora era él quien sostenía dos almas, una espada y la misma esperanza de restablecer los fragmentos para liberarlo.
Temiendo claro, que un niño enojado y sin brazo, quiera recuperar lo arrancado.
Song Lan, no podía odiar, no podía llorar, ni hablar ni dormir... Song Lan solo podía pensar en ayudar.
Y en esperar.