Se acomodó sobre el hombro de Izuku, inhalando su suave aroma a sol y detergente.
Afuera el sol aún brillaba por las calles, dándole un tono dorado a los árboles y a las casas en los alrededores. Katsuki siempre quiso una casa grande y cómoda, como la de sus papás. Aún así, no le desagradaba el apartamento en donde estaban.
Su sillón cómodo, cerca de la ventana donde el canto de las aves podía escucharse. Izuku estaba dormido en sus brazos, con un hilo de saliva cayendo de su boca. Sus brazos estaban por su cintura, y apretó su agarre al sentir los latidos del pecoso. Apretó aún más fuerte cuando los latidos iban ralentizando.
Más y más fuerte hasta que ya no habían latidos.
Su apartamento, cómodo y hogareño, con plantas alrededor, sillones cómodos con almohadas ridículas de All Might. Su cocina limpia y moderna, su televisor y su cuarto decorado de plantas, figuras y fotos. Todo se derrumbó.
Y solo quedaban las cenizas de una vida que nunca podrá tener. Una vida por la cual soño, más no pudo vivir.
Ahora a lo único que podía aferrarse era al cuerpo sin vida de Izuku, de su amor, de su hogar.
Nunca pudo alcanzarlo.
Nunca obtuvo su hogar.