Allí estaban las nubes grises y flotantes y el árbol clavado, el árbol implacable con su corteza de plata cincelada.
El borbollón de mi vida era infructuoso. Yo no podía pasar al otro lado.
Él disipa las nubes de polvo que se agitan en mi espíritu trémulo, ignominiosamente agitado, y el recuerdo de las danzas alrededor del Árbol de Pascua de los regalos envueltos en papel.
Se diría que el mundo entero estuviese hecho de flotantes líneas curvas: los árboles en la tierra y en el cielo las nubes.
A través de las ramas de los árboles contemplo el cielo.
Parece que la partida se estuviera jugando allá arriba.
Débilmente, entre las suaves nubes blancas, escucho el grito de: «¡Correr!» o «¡Arbitraje!».
Las nubes parecen perder guedejas de blancura a medida que la brisa las va despeinando.
Si aquel azul pudiera durar eternamente, si aquel hueco entre las nubes pudiera durar eternamente, si este instante pudiera durar eternamente…
Tomo a los árboles y a las nubes como testigos de mi completa integración.
Las olas (fragmento)
Virginia Woolf