Siete años.
Era el tiempo que le hacía falta, si en ese corto lapso no hallase marido, su familia tendría que hacerlo por su pariente.
Pues había hecho una promesa. A los 25 años de edad, se casaría. Cinco más tarde, daría a luz al primer niño, de muchos siguentes.
El tiempo avanzaba desconsideradamente, en su contra. No lograba nada que le acercase a cumplir su palabra.
Una sola vez amó, mas aquél cariño que solía tener a su lado, llevaba un tiempo de haberse esfumado de su vida.
No le olvidaba. Era algo inútil, por más que intentase. Sin embargo, el tiempo no desacelera su ritmo por nada, ni por nadie, pronto se vería ahogándose en su cerrado, casi claustrofóbico, reloj de arena.
Todos decían que era tiempo de seguir, dejar ir el pasado y hacerse de un futuro prometedor, junto a alguien que pudiese dar seguimiento a su sangre.
No se creía capaz.
Con suerte idolatraba a alguien, su anterior amante. Sabía que no volvería a suceder algo como aquello, iban años de espera, pero no parecía cansarse jamás.
Y ahí estaba la duda que carcomería su cabeza y mente durante todo ese tiempo. ¿Qué sería de su persona?
¿Su familia haría algo al respecto? ¿O le miraría con mala cara por haber roto su trato? De no hacerlo, quedaría en soledad con el pasar de los días, mas de cumplir, se estaría casando simplemente porque sí.
Sus párpados, pesados, se sellaron entre sí, dejándose caer en un profundo sueño. Cortos o no, aún tenía siete años para pensarlo.
Sólo siete años.
Parece sinópsis, realmente me estoy planteando si hacerlo así o dejarlo como está.