Diego estaba de mal humor, porque Alexander le había echado a perder sus planes de divertirse en una gran fiesta, con mujeres, alcohol y sexo rudo.
Había invitado a la chica con la que salía, y también a su amiga, con intención de que él sentara cabeza con una mujer decente.
A simple vista, Diego pensaba que Brennan parecía de esas aburridas. Demasiado sencilla para su gusto.
Decidió mantenerse en estado de frialdad. No quería conocerla.
Brennan notó enseguida el comportamiento frío de éste hacia ella.
Mientras que Alexander y Astrid se fueron a meter al agua, Brennan queda sola en medio de la sala, sin saber qué hacer, y bajo la mirada penetrante de Diego.
Era como si la acechara, pero en lugar de ser por atracción, más bien parecía que la quería correr de la casa.
Diego la ignoraba por completo.
Decidió ir a la cocina por más hielo. Cuando cierra la nevera, Diego estaba a su lado, poniéndose a cortar limones para preparar nuevamente limonada, en silencio, y no precisamente porque fuera tímido. Era evidente que él no quería que ella estuviera ahí.
—¿Es mi imaginación o te pasa algo conmigo? He notado que todo el tiempo estás serio y callado, excepto con los demás.
—Es tu imaginación. No podría pasarme nada. Ni siquiera te conozco. —le responde él, siendo tajante.
Más tarde, ya sintiéndose incómoda del todo, a lo que su amiga se encerró con Alexander en una de las habitaciones, tomó sus cosas, ya que Diego también había desaparecido.
Cuando está lista para irse, abriendo la puerta a un ángulo de veinte grados, una mano grande y firme, se la cierra de golpe.
—¿A dónde vas?. —le pregunta él, con absoluta seriedad y elegancia.
—A mi casa. Estoy aburrida. Astrid con Alexander están en su mundo y tú no hablas nada. Me quiero ir.
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