Había estado cayendo tan profundo, tan en la oscuridad que no sabría de días o de comida, creo incluso que olvide si alguien llamo o no, fue un sopor tal que había esperado solo tener fuerza para tomar lo que quedaba de vida porque ya el respirar ardía, pero cuando finalmente la energía llegó a duras penas rasguñando la superficie de dolor agarre el teléfono, y leí.
El dolor de un personaje, el amor de una pareja, el desenlace de una trama, y me hundí un tiempo más solo para olvidarme a mí y cuando me di cuenta de que el dolor se volvió a guardar ya no como un nervio a flor de piel o una herida purulenta que se vuelve a abrir cada vez más profundo, sino más bien volvía a tener costra una de esas que siempre queremos a arrancar en cuanto pica aún cuando sabemos no está curada, pero ya la experiencia gana, ya sé que no debo tocarla.
Me levanto, dejo entrar la luz del sol, me baño porque apesto a distancia, veo el calendario y me doy cuenta que fueron más días de lo esperado, recojo los vasos de agua porque esta vez ni siquiera deje restos de comida, reviso si hay algo de comer y recaliento lo poco que no está dañado, hago la lista de tareas.
No ha pasado el peligro, pero mantengo la idea de hacer pequeñas cosas una por una, lo importante es mantenerme distraída, cuesta, pero lo haré, el momento más peligrosos de la depresión no es cuando la persona está tan profundo que no puede ver la salida, es cuando empieza a recuperar la fuerza, allí es donde la tasa de suicidios captura a sus víctimas, no es fácil, nadie pide vivir con un dementor en su cabeza, pero está alli, y hay que darle importancia, pero no todo el poder...