Había una vez, un sueño que brotó de la semilla del amor.
Creció, floreció, pero se comparó a su alrededor: que creciera tanto, y alejara todo a su alrededor, le desconcertó. 
"Esto que pensé que era amor, no es más que una ilusión, estoy dañando a lo que crece a mi alrededor con mis raíces." Y un viento muy fuerte lo arrancó.
"Entonces no era tan firme como pensé." y le reconfortó pensar que siempre brotará algo mejor.

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Pensé que mis piezas, habían sido enmarcadas y empolvadas en la habitación del pasado que no volvería a abrir (no por no querer, sino por no poder).
Pero, heme aquí, ha florecido -como en cada temporada- un sentimiento, que trae consigo un pensamiento, que trae consigo la inspiración: "oh, dispuesta a cometer errores, cómo irradia belleza la ingenuidad e inocencia."
Quizá no era buscarme ni encontrarme, solo recordar que aquí estaba y tomar -como lo habitual- únicamente las piezas que si bien, parecieran mutar, su esencia permanece (en no la necesidad, pero,) en el momento que soy parte de un flujo de ideas repentinas que me expresan su gratitud de permitirme emplearlas:
En síntesis -porque la antítesis es negar que cambié, quizá. (y si bien no funciona así ¿qué más da?)- porque el punto de todo esto es:
Yo no empleo las palabras, ellas me emplean a mí. Están vivas y, por consiguiente, yo no soy quien escoge usarlas, solo escogen que las use.
Las palabras y yo nos conocemos, y nos volvemos reencontrar:
¡He vuelto a casa!