El tiempo nunca se detiene, simplemente sigue infinitamente. Te caes, sientes que todo va más lento y que la vida se te va más rápido al mismo tiempo pero realmente nada cambia su rumbo. Duele, pero al darte cuenta de que no va a cambiar nada solo porque duela sigues y lo haces a un lado, porque al final el tiempo lo cura todo ¿no?
Continua ese ciclo donde caes, duele, lo ignoras, te levantas, sigues, caes, duele mucho, lo ignoras, te levantas, sigues y desde muy pequeña siempre creyó que el tiempo realmente iba a curar las heridas que se iban acumulando en su alma.
El alma no es un espacio infinito que puede auto sanarse o almacenar millones de heridas mal cerradas y eso lo aprendió cuando sintió esa presión en su pecho. Nuevamente había caído, dolía como no tienes idea, pero sus mecanismos de supervivencia le decían que tenía que levantarse para así seguir y lo hizo.
Al levantarse se sintió liviana, como si estuviera vacía y hubiera soltado una gran carga; en ese momento se permitió mirar hacia atrás donde había caído y vió a una niña vestida con su traje de bailarina de balet, su cuerpo entero está cubierto de cicatrices abiertas y moretones.
Su mirada que había estado oculta entre sus rodillas subió hasta mis ojos al mismo tiempo que lágrimas rodaban por sus mejillas y deseó profundamente ayudarla, pero no supo cómo sanar aquellas profundas heridas.
Se sentó junto a ella, miraron juntas un hermoso atardecer que se distinguía a lo lejos frente a ellas. Descubrió que esa pequeña aprendiz de bailarina necesitaba sanar para poder avanzar que su agresora debía ayudarla a sanar y aprender a dejar de ignorar las heridas que le hacían daño a esa pequeña criatura que solo tenía sueños y alegría disipados por el dolor y la tristeza que le había azotado por años a su alma inocente.