Jamás pensé en usar este espacio para hablar de política o de la situación de mi país Venezuela, mas es imposible seguir indiferente, puesto que vivo y respiro cada día los estragos en una tierra que se perdió a sí misma desde hace más de 20 años de dictadura. Disculpas adelantadas hacia aquellos que no desean ver este tipo de contenido en el espacio de un "escritor".
Hoy, 23 de enero del 2019, la gente ha salido a manifestar, nuevamente, en contra del régimen de Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Rafael Chávez Frías, a quien le atribuyo cada uno de los males, ideas y métodos de control y estatismo que día a día matan de hambre a los míos.
Es indefinible la rabia. Es indefinible la frustración. Son incontables las veces que he tenido que reprimir las lágrimas al ser pisoteado una y otra vez por las cúpulas del poder. La gente escarba en la basura por un pedazo de pan nacido; gente que hasta el día de ayer tuvo casa, empleo, y de la noche a la mañana lo perdió todo. Perdió su vida, su futuro y las esperanzas; lo último que tenían por perder.
En medio de todo lo que podría pensar, de los pormenores, de las aristas de la dirigencia opositora, de las conspiraciones, de los matices ideológicos en juego; lo único que deseo es que todo esto acabe, que se termine de una vez, que el miedo a morir se esfume pese a que ya debería estar acostumbrado, puesto que la dictadura te mata de a poco cada día; se lleva fragmentos de tu alma, de tus sueños, de tu salud, de tu humanidad.
Si una nueva cruzada ha de empezar el día de hoy, solo espero que sea la última, la definitiva, la que desgañote las arterias. Espero estar sobre el inminente triunfo de la libertad sobre la Sombra.
“El amanecer es siempre una esperanza para el hombre”, decía el profesor Tolkien.