HEART-OCBLOODMOON

Mystic Flour permaneció inmóvil bajo el toque, su cuerpo casi suspendido en el aire, como si el beso—si es que eso se podía llamar así—fuera un suspiro de viento que podría disiparse al siguiente segundo. Su corazón, si es que aún latía, parecía haberse detenido, pero su mente, siempre acostumbrada a la quietud y al vacío, se encontraba de alguna manera atónita. Nunca había experimentado algo tan fugaz, tan ajeno a la fría indiferencia que había cultivado durante tanto tiempo.
          
          El roce fue como un eco, un golpe sordo que retumbó en su pecho. Algo se movió dentro de ella, algo que había permanecido dormido, olvidado, sepultado bajo capas de indiferencia. ¿Era eso lo que Marcus le había dado? Una chispa de humanidad que, por un momento, había rasgado su apática fachada, dejando al descubierto una vulnerabilidad que no deseaba reconocer. 
          
          Se apartó lentamente, casi como si cada movimiento fuera una concesión a algo que no entendía. Su mirada, siempre tan distante, ahora parecía cargar con una mezcla de desconcierto y una pálida tristeza que no se permitía mostrar. La niebla de su indiferencia comenzaba a disiparse, pero se aferraba a ella con desesperación, como un último refugio.
          
          — ¿Así que es eso lo que quieres? — murmuró, su voz sonando más baja de lo habitual, pero con una firmeza que escondía la confusión que sentía. No era la respuesta que había esperado, ni la que se había preparado para dar. Pero el gesto, esa acción que no se podía deshacer, lo había cambiado todo. Algo dentro de ella había dado un paso atrás y, por primera vez, Mystic Flour dudó de su propia existencia, de su propia naturaleza. ¿Era solo la bestia de la apatía? O había algo más, algo que ella nunca había permitido ver. 
          
          Se apartó unos pasos, buscando nuevamente la distancia, aunque esta vez no era una barrera, sino una necesidad que no podía evitar.

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—No sé qué más podría ofrecerte —añadió en un susurro, casi perdido en la quietud de la escena. Sus ojos evitaban los suyos, como si temiera que esa vulnerabilidad emergente fuera suficiente para destruir lo que quedaba de su fachada de indiferencia. El peso de las palabras que no había dicho, de los sentimientos que no había permitido sentir, la aplastaban.
            
            Y sin embargo, aún en su distanciamiento, algo dentro de ella permaneció, algo que no podía ignorar: la semilla de lo que no debía ser, de lo que no debía querer.
            
            — Solo espero que no te arrepientas de esto. —
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Mystic Flour permaneció inmóvil, observándolo como si intentara leer entre las líneas de sus pensamientos, entre las grietas de su propia indiferencia. Su figura, normalmente un bastión de frialdad y distancia, parecía, por un momento, más humana. Pero ese momento fue fugaz, un parpadeo en el vasto abismo de lo que representaba.
          
          —No necesitas creerlo —respondió finalmente, su tono desprovisto de cualquier emoción evidente, pero con un filo que revelaba algo más profundo—. Las palabras no cambian lo que somos, ni lo que hemos hecho.  
          
          Sus ojos lo estudiaron, con la calma de alguien que llevaba siglos observando cómo el tiempo destruía todo a su paso. El olor dulce de la esencia de Marcus impregnaba el aire, llenándolo de algo que Mystic Flour sabía que no podía ignorar. Ese aroma no solo marcaba su transformación, sino que anunciaba un destino que ella entendía demasiado bien: el final de lo que era y el comienzo de algo irreversible. 
          
          —Tú dices que no es mi culpa. Pero, ¿qué importa eso ahora? —Su voz era baja, apenas un susurro, como si hablara consigo misma más que con él—. La culpa no detendrá lo que está pasando. No deshará el pasado. Ni aliviará lo que viene.
          
          Y sin embargo, algo en su pecho dolía. Una punzada que no entendía, ni quería entender. Ella, la Bestia de la Apatía, no debería sentir nada, y mucho menos por alguien cuya humanidad se desmoronaba tan rápidamente. Pero allí estaba, incapaz de apartar la mirada, incapaz de ignorar el nudo en su interior que parecía crecer con cada segundo que pasaba.
          
          Dio un paso adelante, cerrando parte de la distancia que había puesto entre ellos. No lo suficiente como para ser invasiva, pero sí lo bastante como para que su presencia fuera más palpable. Sus dedos rozaron levemente la tela de su capa, un gesto casi imperceptible.

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—Si esto es el precio de mi existencia, Marcus, entonces odio haber escapado. Pero tú no deberías cargar con las sombras que dejo atrás.
            
            Su mirada volvió a él, fija y profunda. Por un instante, las palabras que no se atrevía a decir quedaron atrapadas en su garganta. "No quiero verte desaparecer." Pero no las pronunció. En cambio, su voz volvió a llenarse de aquella calma cortante.
            
            —¿Qué harás ahora? —preguntó, sin esperar realmente una respuesta. Porque ambos sabían que, en ese mundo, algunas preguntas no tenían respuestas fáciles. Ni finales felices.
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Mystic Flour permaneció en silencio, como si las palabras de Marcus fueran un eco distante que tardaba en alcanzar su mente. Sus ojos, oscuros como el abismo, lo observaron fijamente. Parecía inmóvil, pero algo en la rigidez de sus hombros, en la ligera curvatura de sus dedos, delataba una tensión contenida. La frase final de Marcus resonó con un peso que ella no esperaba.  
          
          “No es tu culpa.”  
          
          ¿Por qué dolía tanto escuchar eso? 
          
          Finalmente, desvió la mirada, como si no pudiera soportar la intensidad de aquel momento. Su máscara apática, casi perfecta, mostraba una grieta minúscula. La Bestia de la Apatía, que representaba el desinterés y la frialdad absoluta, no podía permitirse ser débil. No debía. Y, sin embargo, frente a él, la verdad parecía tan... ajena.
          
          —Las mentiras son más fáciles de cargar que la realidad —respondió al cabo de unos segundos, su voz baja, como un murmullo que el viento podría llevarse si quisiera—. Y la realidad es que ellos tenían razón. Lo que soy, lo que represento... nunca debería haber existido.

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Se cruzó de brazos, más por necesidad de contenerse que por cualquier otra razón. La distancia que había puesto entre ellos era ahora lo único que la mantenía firme. Pero sus palabras traicionaron esa fachada, un destello momentáneo de vulnerabilidad.
            
            —Lo que te está pasando, Marcus, no es un castigo por mis acciones, pero tampoco puedo negar mi parte en esto. Si mi fuga rompió algo en el equilibrio de este mundo... entonces todo lo que viene después está manchado por mi sombra.
            
            Sus ojos lo buscaron de nuevo, esta vez con una expresión más cargada. No era empatía, no del todo, pero algo se movía en su interior, algo que luchaba contra la apatía que ella representaba. Algo que odiaba reconocer.
            
            —No tienes que aceptar mi disculpa. Ni siquiera espero que lo hagas. Pero quiero que sepas que, si pudiera retroceder y detener todo esto, lo haría. Aunque me sellaran mil veces más.  
            
            La última frase quedó flotando en el aire, como una promesa quebrada antes de siquiera nacer. Mystic Flour sabía que no podía hacer nada por él. Ni detener su transformación, ni evitar lo que vendría. Pero al menos, al menos, podía estar allí.  
            
            Y aunque no era consuelo, aunque su presencia no cambiaría nada, seguía siendo todo lo que podía ofrecer.
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