Sus ojos lo seguían al cruce de su espalda empapada de pecas minúsculas y sudorosas.
Sus ojos se oscurecieron
Las bebe con deleite, puntas de dedos curiosos pero ardientes. Parecen dientes puntiagudos.
Su carne arde, arde, arde con algo sin nombre.
El negro lo traga chupa y mastica.
Dientes y sangre nunca antes le supo tan delicioso.
Manos llenas de cicatrices aprietan con fuerza sus caderas, jadea por fuerzas.
¿Aún le queda alguna?
Un manto los envuelve en su abrazo, el rojo todo lo tiñe.
Y está hambriento, quiere más, un poco más cerca, profundo.
Quiere marcar su alma.
Quiere pertenecer.
Quiere que él sea suyo.
Draco ruge, le ruega.
— Khail.
— Aquí estoy Draco, te tengo.