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Entonces la maldición asesina dio en el blanco.
Lucius Malfoy sintió un regodeo sádico al a ver ese estado aquella maldición de un enfermizo verde fosforescente al infante de doce años, para luego caer en cuenta de algo importante; acababa de asesinar a Harry sangriento Potter en nada más y nada menos que uno de los innumerables pasillos de Hogwarts.
El pánico se arrastró por sus venas como fuego helado que viajo por todo su torrente sanguíneo, desgarrando su estómago con poderosas cuchillas, incrementando el peso en sus zapatos con pesado plomo imaginario.
Acababa de asesinar un niño.
Un niño no menos mayor que su propio hijo.
Si las autoridades se enterase de esto sería la ruina de la familia Malfoy, serían casados peor que animales, quizás incluso el juicio se haga aún lado y utilicen una página de los libros muggles y los quemen en la hoguera.
¿Que se supone que le diría a su esposa?
“Cariño, asesine aún infante poco menor que nuestro hijo, su nombre es Harry Potter, ¿Que cenaremos hoy?”
No, definitivamente no diría eso.
Estaba por dar media vuelta, dispuesto a huir del país, quizás pudieran ir de gira por Latinoamérica, había escuchado que legalizaban las viejas costumbres y rituales paganos, tal vez no sería mala idea...
Un quejido lo saco de su ensoñación, pues el cuerpo “muerto” del niño se estaba moviendo.
El pequeño segundo año se sujetaba la cabeza hecho un ovillo en el suelo, mientras una misteriosa arena negra se arremolinaba por sobre su pálida piel blanquecina.
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