Como joven he pasado por varias etapas, primero por el narrador de historias simple y divertidas, aquellas que hacen al resto soltar un par de risas. Luego cuando abandoné todo, me concentré en la poesía, para un año después volverme un romántico. Fue bueno mientras duró, imaginar a las personas como no son y enamorarte de fantasmas. Fue una tarde en el tren, que a mi parecer es uno de los lugares más mágicos a mi alrededor, con un amigo decidimos volver humana a mi ilusión. Al día siguiente me di cuenta que no podía seguir siendo romántico.
Así es como me encuentro, en un páramo donde la mayoría termina después de varios años, sin saber como y de qué escribir. Las ideas sobran, pero las historias faltan.