(...)
Silencio de luz,
no sabía tu nombre.
Entraste sin anunciarte,
como un soplo que conoce
las fisuras secretas
del alma y sus umbrales.
Te deslizaste suave,
despojando mis sombras
de su vieja arrogancia;
y, aun así,
no te pedí que te quedaras.
Pero ahora que moras
en el rincón más hondo
de mi sangre inquieta,
te confieso un deseo:
No despiertes lo que duerme
ni te lleves lo que late.
Aún no ha llegado el alba
que reclama su ofrenda.
Permanece, si quieres,
como un faro silencioso
en la noche del espíritu;
pero déjame ser todavía
este ser imperfecto
que aprende a respirar
entre lo visible
y lo eterno.