De pequeño me llamaban soñador, nunca veía la realidad y vivía en un mundo imaginario. Los adultos que me rodeaban ansiaban que regresara de las nubes, pero yo me oponía.



Mi primera lectura fue «La Historia Interminable» de Michael Ende:



«-Fantasía no tiene límites...

-Eso no es cierto, ¡mientes!

-Niño tonto, no sabes nada de la historia de Fantasía. Es el mundo de las Fantasías humanas. Cada parte, cada criatura, pertenecen al mundo de los sueños y esperanzas de la humanidad. Por consiguiente, no existen límites para Fantasía...

-¿Y por qué está muriendo entonces...?

-Porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando a sus sueños. Así es como la Nada se vuelve más fuerte.

-¿Qué es la Nada?

-Es el vacío que queda, la desolación que destruye este mundo[...]»



Desde entonces, me prohibí dejar de imaginar.



Con el tiempo, he descubierto que; en las horas nocturnas, rodeado de silencio, la mente sigue saliendo a volar. Es el momento ideal para volver a fantasear y hacer realidad los pensamientos, escribiendo.



Soy un soñador y al mismo tiempo, un prisionero condenado al infierno creativo.



Para finalizar:



«Un poeta ya no es el ser suspendido sobre los golfos del pecado y la expiación, aplastado por la piedad y el terror de la inflexibilidad de un dogma, ya no es el ser excepcional, el héroe; es nuestro hermano en sufrimiento, en curiosidad, en pensamiento, en alegría, la alegría amarga de ver y conocer; no es más un súper ser humano, un predestinado, es simplemente un hombre de todos los tiempos.»



- Gabriel Mourey -



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