Nací en Salamanca en junio de 2003. Una vez, el poeta Juan Antonio González Iglesias me dijo que "ser
salmantino es pertenecer a una categoría en la historia de la cultura" y así lo creo. Con 16 años leí un libro que, a riesgo de caer en exageraciones, me cambió la vida: Rayuela de Julio Cortázar. En ese momento comprendí que lo mío era el pensamiento, la escritura, el periodismo, la lectura, en un sola palabra: literatura.
Creo que el objetivo de la literatura debe ser contar esa historia o definir esa palabra que pueda conseguir que una persona no sea exactamente la misma después. Me gusta tener una prosa nerviosa, juguetona, atravesada por guiones y comas, de ritmo rápido, pero con convenientes frenazos.
Quiero que las páginas de mis libros sean tan agradables como una canción. Me gusta girar los ojos hacia la literatura en sí, hacia el lenguaje o la forma de escribir. Quiero que mi obra sea un lógico diálogo con su tiempo y con la herencia cultural, no existe una literatura sostenida sobre la nada. Me apasiona el amor, la existencia, la culpa, el dolor, trato de tenderles trampas a esas palabras para conseguir atraparlas y usarlas a mi gusto. Un escritor debe conseguir que el lenguaje no se detenga, que siga permeando y fluyendo. Concibo la literatura como
un gran juego, una manera de robarle instantes a la muerte o el hastío. Tiene que haber algo de lúdico a la vez que algo de profundo y transformador, mi objetivo es encontrar ese equilibrio: que cualquiera pueda entenderme, pero que pueda estar mucho tiempo dándole vueltas a lo que le he contado.