Ella lo amaba con todo su corazón, pero él no sentía lo mismo. Él solo la usaba para llenar su vacío, para escapar de su soledad. Ella lo sabía, pero no podía dejarlo. Se aferraba a la esperanza de que algún día él cambiaría, de que se daría cuenta de lo mucho que ella valía. Pero ese día nunca llegó. Un día, él le dijo que se iba, que había encontrado a alguien más. Alguien que lo hacía feliz, alguien que lo amaba de verdad. Ella se quedó destrozada, sin saber qué hacer. Se encerró en su habitación, llorando sin parar. No quería vivir sin él, no podía soportar el dolor. Pensó en acabar con todo, en dejar de sufrir. Pero algo la detuvo. Una voz en su interior que le decía que no se rindiera, que aún tenía una razón para vivir. Era el fruto de su amor, el hijo que llevaba en su vientre. Ella decidió luchar por él, por darle una vida mejor. Se secó las lágrimas y salió de su oscuridad. Se prometió a sí misma que nunca más volvería a llorar por él, que solo se enfocaría en su hijo. Y así lo hizo. Con el tiempo, sanó sus heridas y encontró la felicidad. Su hijo era su alegría, su razón de ser. Y aunque nunca olvidó a su primer amor, aprendió a perdonarlo y a seguir adelante.