20 llamadas perdidas.
La noche estaba hecha para perderse, para bailar o escapar… no para pelear.
Ella, con una calma fingida, se refugiaba en su propia tranquilidad, aunque dentro de sí los sentimientos eran un caos que no quería admitir. Él, en cambio, estaba al borde de la desesperación.
Andaba en moto por las calles de Corea del Sur, acelerando entre luces de neón y avenidas medio vacías, con la rabia y el miedo mezclados en el pecho. Cada bar, cada boliche era una posibilidad. Bajaba la velocidad, miraba hacia adentro, buscaba su sombra, su risa, cualquier rastro de ella.
El heredero de un imperio que juró jamás enamorarse ahora estaba quebrando su propia promesa. Solo quería escuchar su versión, saber por qué lo había dejado con el celular lleno de llamadas perdidas y el corazón lleno de preguntas.
Mientras tanto, ella, en algún rincón de la ciudad, sorbía lentamente un trago. Tranquila en apariencia, pero con el corazón latiendo rápido, confundida por lo que sentía… por lo que él había despertado en ella.