Después de que la máscara se resquebrajara y cayera hecha pedazos al suelo, el aire pareció detenerse por un instante.
Mis ojos se encontraron con aquel rostro oculto, y un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿Tú…? —murmuré, casi sin darme cuenta.
Era Filvis Challia.
No podía equivocarme.
La mejor amiga de uno de mis propios subordinados, la persona que jamás habría esperado encontrar aquí, bajo aquella fachada.
Sus labios temblaron y, con un gesto desesperado, se cubrió el rostro con la mano, como si aún pudiera esconder lo que ya estaba perdido. Pero no importaba lo mucho que lo intentara: yo ya la había visto. Yo ya la había reconocido.
Y entonces ocurrió.
Otra Filvis apareció, idéntica en cada rasgo, en cada detalle, como si la misma esencia.
—…Magia —susurré, entornando los ojos.
Un hechizo que dividía el ser en mitades. Una habilidad que, al unirse, duplicaba la fuerza… la concentraba en algo mucho más siniestro.
Cuando ambas figuras se encontraron de nuevo, la presión en el ambiente se volvió sofocante. El aire ardía contra mis pulmones, y la piel de mis brazos se erizó bajo el peso de aquella presencia. Era como estar frente a un abismo que amenazaba con devorarme entero.
Aun así, no me moví.
No pestañeé.