Meraki_Dasterom

Subió las empinadas escaleras hasta el polvoriento ático del edificio, cargando las cajas con esfuerzo mientras su corazón se hacía más pesado con cada paso. El ático, un lugar olvidado por el tiempo, albergaba tesoros que una vez fueron su mundo. Con manos temblorosas, colocó las cajas con cuidado, revelando una colección de fotos descoloridas y peluches gastados que eran testigos de un pasado lleno de alegría.
          	
          	Sus ojos se posaron en un dibujo arrugado y desgastado de ella junto a su "familia", un retrato infantil de tiempos más simples. Con delicadeza, levantó el papel entre sus dedos, sintiendo las arrugas y los bordes rotos que contaban la historia del tiempo que había pasado. Acarició suavemente la imagen con un toque lleno de tristeza y añoranza, como si pudiera transmitir su pesar a través de sus yemas.
          	
          	– Lo siento, pequeña yo –, susurró con una voz cargada de dolor y nostalgia, como si estuviera hablando con la niña que una vez fue. Dejó el dibujo en su lugar original, permitiendo que encontrara su morada entre los recuerdos que llenaban el ático.
          	
          	Al bajar las escaleras, lanzó una última mirada a la caja que contenía su pasado, como si estuviera despidiéndose de una parte de sí misma que nunca regresaría. El eco de los momentos felices y los sueños inocentes resonaba en su mente mientras dejaba todo atrás. El ático quedaba en silencio una vez más, cargado con la tristeza de los recuerdos que ya no podían ser vividos de nuevo.
          	
          	Con cada paso alejándola, la certeza de que esos momentos de pura felicidad y anhelos quedaban atrás se hacía más fuerte. El corazón que una vez fue ingenuo y sin manchas ahora llevaba el peso de la experiencia y la pérdida. Y mientras cerraba esa puerta simbólica, sabía que el camino a seguir estaría marcado por esos momentos perdidos y el eco constante de una niñez que ya no la acompañaría.

Meraki_Dasterom

Subió las empinadas escaleras hasta el polvoriento ático del edificio, cargando las cajas con esfuerzo mientras su corazón se hacía más pesado con cada paso. El ático, un lugar olvidado por el tiempo, albergaba tesoros que una vez fueron su mundo. Con manos temblorosas, colocó las cajas con cuidado, revelando una colección de fotos descoloridas y peluches gastados que eran testigos de un pasado lleno de alegría.
          
          Sus ojos se posaron en un dibujo arrugado y desgastado de ella junto a su "familia", un retrato infantil de tiempos más simples. Con delicadeza, levantó el papel entre sus dedos, sintiendo las arrugas y los bordes rotos que contaban la historia del tiempo que había pasado. Acarició suavemente la imagen con un toque lleno de tristeza y añoranza, como si pudiera transmitir su pesar a través de sus yemas.
          
          – Lo siento, pequeña yo –, susurró con una voz cargada de dolor y nostalgia, como si estuviera hablando con la niña que una vez fue. Dejó el dibujo en su lugar original, permitiendo que encontrara su morada entre los recuerdos que llenaban el ático.
          
          Al bajar las escaleras, lanzó una última mirada a la caja que contenía su pasado, como si estuviera despidiéndose de una parte de sí misma que nunca regresaría. El eco de los momentos felices y los sueños inocentes resonaba en su mente mientras dejaba todo atrás. El ático quedaba en silencio una vez más, cargado con la tristeza de los recuerdos que ya no podían ser vividos de nuevo.
          
          Con cada paso alejándola, la certeza de que esos momentos de pura felicidad y anhelos quedaban atrás se hacía más fuerte. El corazón que una vez fue ingenuo y sin manchas ahora llevaba el peso de la experiencia y la pérdida. Y mientras cerraba esa puerta simbólica, sabía que el camino a seguir estaría marcado por esos momentos perdidos y el eco constante de una niñez que ya no la acompañaría.

Meraki_Dasterom

Se escuchaban las suaves risas de una pequeña niña de pelo verde, sus ojos brillantes llenos de inocencia mientras realizaba poses de miedo de una manera encantadora. Vestía una camisa blanca de vestir que le quedaba grande, pantalones y cuernos falsos en la cabeza, mientras gritaba con emoción:
          
          • “¡Mira, mami! ¡Soy el aterrador de papá!” •
          
          Las risas melodiosas de su madre resonaban en la habitación mientras capturaba esos momentos en fotografías que serían atesoradas para siempre.
          
          “Cuando sea grande, seré tan fuerte como él, ¡jajaja!”
          
          Pero el tiempo no puede ser detenido y la niñez da paso a la adultez. Ahora, la misma niña, ya crecida, miraba esas fotos viejas con una mezcla agridulce de nostalgia. Su pelo, ahora negro pero con las raíces que aún conservaban su distintivo tono verde, enmarcaba un rostro que mostraba las marcas del tiempo y cicatrices que narraban historias pasadas. Aunque las cicatrices eran visibles, eran las cicatrices internas las que resonaban más profundo, reflejando una tristeza que no podía ser ocultada.
          
          – Qué tonterías... –, susurraba para sí misma mientras sus ojos se posaban en las imágenes, cada una evocando recuerdos que ya no podían ser recreados. La habitación parecía más silenciosa, el eco de las risas infantiles ya no llenaba el aire. A medida que observaba, las lágrimas amenazaban con escapar, pero ella las contenía, dejando que la tristeza se expresara en el silencio de su corazón.
          
          La niña que alguna vez imaginó un futuro brillante y prometedor, ya no existe. Los días de inocencia y risas espontáneas parecían pertenecer a un mundo distante e inalcanzable. Cada foto era un portal hacia el pasado, recordándole lo que alguna vez fue y lo que ya no sería.