La conocí un 23 de julio de 2023.
De esas personas que llegan sin hacer ruido y, sin darte cuenta, se vuelven parte de tu día a día. Con ella todo fluía: las risas, los gustos, las conversaciones largas. Había una conexión sincera, una amistad que se sentía real, de esas que creés que no se rompen tan fácil.
Pero en 2025, el 1 de octubre, algo cambió.
No fue poco a poco. Fue de golpe. Como cuando alguien apaga la luz y te deja a oscuras sin explicarte por qué. Desde ese día ya no era la misma conmigo. Y luego apareció él, Justin, el capibarita. Y aunque nadie dijo nada, yo empecé a sentir que ya no estaba en su prioridad, que mi lugar se estaba borrando.
El 1 de noviembre, en educación física, todos jugaban. El ruido de los balones, las risas, la energía de siempre. Yo me quedé sentada. No porque no quisiera jugar, sino porque mi cuerpo ya no me deja como antes. El básquet me recuerda el balonazo que me dejó temblando, el vóley las veces que me lastimé la pierna. Esa pierna que todavía duele, que a veces falla, que me hace perder el equilibrio como si ni mi propio cuerpo me sostuviera.