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¡Hola! Avanzo…
El panorama: verano del 2020, plena pandemia, no se puede hacer ni mierda en la calle y yo embarazada y con tiempo de más para pensar después de que la psicóloga me diese el alta. Al final pasé de llorar, a reír por lo que me estaba pasando. De hecho, me dices que esto es sacado de una comedia romántica y te lo creo.
Me faltaba que me abandonara mi pareja. Pero, por suerte para mí, no fue así.
Te lo resumo: pasé un embarazo bueno, mi jefa de ese momento tuvo una suerte que ni te imaginas porque no tuvo que echarme del curro ya que se me acababa el contrato temporal en diciembre de ese año y me dejaba con una mano adelante y otra atrás, trabajé a pesar de que mi ginecóloga me preguntaba todas las semanas si quería la baja, engordé de más (casi 25kg) y dejé de verme los pies en el séptimo mes. Fue un embarazo bueno que terminó dejándome para el arrastre igual.
Y de lo que se vino después con la maternidad mejor ni te cuento.
La cuestión es que en febrero del 2021 me pasó lo más bonito que me había pasado nunca, pero que me terminó de perder. No escribía, no leía, no hablaba de otra cosa que no fuesen pañales, toma de leche, bebés. Vaya un muermo de tía, de verdad.
Hasta que mi pareja me dio un ultimátum y me dijo, básicamente, que podía empezar a utilizar el tiempo de la siesta de nuestro bebé para comenzar a hacer cosas que me gustaban antes: escribir, leer, dibujar, lo que fuese. Y que dejase las tareas de la casa para luego o para cuando él llegase. Algo hizo clic y comencé a escribir.
Aunque rápido me di cuenta de que no podía volver a escribir fantasía porque mi cabeza no daba para cosas tan complicadas.
Pero en el 2022 volví a publicar una novela (dos, de hecho) y resurgí de entre mis cenizas.
En el 2023 decidí dejar mi trabajo, al que volví después de la baja de maternidad, porque la empresa me daba una grima que ni te cuento y tomé una decisión que me pone los pelos como escarpias todavía. Pero de eso te cuento la próxima vez.