Cuando apenas tenía cinco años y una tragedia ocurría, yo con mi gran imaginación inventaba otro final para aquel drama, para ese dolor. Si alguien moría en mi cabeza resucitaba como por arte de magia o simplemente, por alguna razón extraña, no había muerto y había decidido desaparecer un tiempo. Pero entonces los años comenzaron a pasar y la imaginación seguía en mi, pero cuando algo doloroso ocurría yo me limitaba a aceptarlo. No le buscaba otra salida posible a la muerte, no sentía esa necesidad. Fue entonces cuando por casualidad llegó, entre las páginas de un libro, una frase que decía "Hay que sentir el dolor". En ese momento solo se me ocurrió asentir ante aquella afirmación. Me deje guiar por ella y sacándola de contexto empecé a sentir un dolor innecesario y poco coherente. Empecé ha dejar que todo me afectara y que cada paso se convirtiera en una cicatriz para mi. Una vez mas crecí, esta vez no en años, sino que mas bien en unos pocos meses. ¿Y cómo no? Como a cualquier persona que piensa y cuestiona, un efecto colateral de crecer, comencé a formular preguntas que aun mi ser no ha podido contestar. Preguntas como:
"¿No sufren los niños por imaginar otro camino al destino o simplemente sufren pero prefieren apaciguar el dolor a base de sueños imposibles?"
"¿Empezamos a sentir el dolor porque se nos acaba la imaginación o es que nos cansamos de imaginar por miedo a escapar de la realidad? "
"¿Somos menos mayores por imaginar o por creer que eso son cosas de niños? "
"¿Son los niños muy creativos o son los adultos un grupo de ignorantes?"
Pero como para la propia existencia del ser humano no encuentro respuestas a las cuestiones vitales, al igual que ha esta propia cuestión, pues no se si es mejor saber o desconocer.
