Estaba en un campo vacío, sin cultivos ni malas hierbas decorado con un clima completamente gris casi negro, de ligero viento helado. En una de las vallas encontré a una mariposa atrapada en una telaraña que se movía inquieta tratando de escapar. Fuí hacía ella y la tome con mis manos, cuidadosa y gentil, la mariposa se quedó quieta mientras le quitaba la telaraña cuando en eso un hombre se acerca y me dice que dejará de intentar salvarla, que la mariposa estaba condenada a la muerte, me cuestionó mis razones por ayudarla y le respondí que todo el mundo merece una segunda oportunidad, que la mariposa merecía seguir viviendo. Vi como la mariposa intentó volar en varias ocasiones sin poder evitar descender, entonces, de nuevo la tomaba con paciencia y le quitaba la telaraña con cuidado de no lastimar más sus alas que se veían ya bastante desgastadas. El hombre me insistió que no tenía caso salvarla si pronto un depredador se la comería e que igual moriría. Lo intenté así consecutivamente ignorando al hablante hasta que colme su paciencia y me tomó del hombro para hacerme voltear. Me dijo que parará pero me rehúse, le contradije diciendo que era injusto para la mariposa que esa fuese su muerte. Sabía que la araña probablemente también la pasaría mal por falta de alimento pero a comparación de la mariposa, tiene más armas en su poder, es habil, astuta, tiene una telaraña y sale a cazar aparte. El hombre me insistió hasta que terminé llorando y diciendo que es lo que me hubiera gustado que hicieran por mí. Volví a levantar a la mariposa al aire y está vez voló con dificultad pero con decisión, agitando sus azuladas alas con un delicado margen obscuro, desgastado y atrofiado hacía el cielo gris. Sus alas no eran perfectas ni brillantes pero eran sus alas, era su esfuerzo y ciertamente eso hizo que solo se intensificara mi desesperación, dolor e ira hacía el hombre sin paciencia.