En la quietud punzante de la noche helada,
          donde el silencio grita, alma desolada,
          un miedo ancestral, con fuerza implacable,
          acorrala el espíritu, lo vuelve vulnerable.
          
          La sombra alargada de la soledad temida,
          como un espectro frío, al ser se aferra, decidida.
          Y en la desesperación, la mente turbia y ciega,
          busca un falso escape, una efímera tregua.
          
          La piel se convierte en lienzo del tormento interno.
          cada trazo una súplica, un grito sordo y tierno.
          Un intento fallido de sentir, de romper el vacío,
          un dolor tangible en este inmenso hastío.
          
          Las lágrimas saladas, tibias y lentas,
          lavan la herida abierta, las culpas inclementes.
          Un castigo autoimpuesto, cruel y despiadado,
          por el temor profundo de ser abandonado.
          
          En cada cicatriz, una historia silente,
          de un alma que clama, que busca un confidente.
          Un grito mudo por ser visto, por ser amado,
          por escapar al abismo del ser olvidado.
          
          Ojalá la cordura ilumine la senda oscura,
          que un rayo de afecto rompa esta dura armadura.
          Y que el miedo a la soledad, con suave premura,
          se transforme en la fuerza de una existencia segura.