Le presenté a una profesora la útima redacción que nos había encargado y me acusó de que la había escrito mi padre. Se titulaba "El mar". Me la quedé mirando con una sonrisa autosuficiente. Pensé que era estúpida. No la desmentí. Fue en el año del señor de 1965. Tenía nueve años.

Con veinte años había escrito un montón de cuentos y una novela pegada al nihilismo. Con veintidós acabé la segunda. Nunca intenté publicarlas. Pero seguía siendo escritor.

 Pasé por la Facultad de Periodismo de la Complutense de Madrid, y me hice periodista. Estuve en la guerra. Fue duro. Casi tan duro como ser reportero de sucesos durante mi vida profesional. Todo eso lo hice con la mayor honestidad que pude.  Luego trabajé durante tres años en uno de esos programas basura en las mañanas de una de las televisiones generalistas a nivel nacional en que tenía una sección de crímenes sin resolver y en donde ser honesto era sinónimo de ser idiota.

Todo este bagaje me ha convertido finalmente, no hay mal que por bien no venga, en  un novelista con ansias por soltar lastre. 

Estudié dos años para hacerme chef. Y me fuí a una isla griega a montar un restaurante. Llegados a este punto, me siento genial.