— Es como en ese viejo cuento. El de Blancanieves. — Kei hablo. Suave y lento y lleno de tanto, pero tan, tan vacío. — Cuando una extraña anciana llega ofreciendo manzanas. Sabes que es una extraña, y que si camina por el bosque vendiendo manzanas ya es sospechoso porque es un negocio terrible pero igual tomas la manzana cuando te la regla. — él sigue, retira los lentes del puente de su nariz y los sostiene, simulando limpiarlos para sacar algo de frustración. — y piensas; oh, es una hermosa manzana, seguro debe ser deliciosa. Así que la comes. La comes, porque eres estúpido y en el fondo de ti, estás tan desesperado que quieres pensar que la manzana — se coloca los lentes nuevamente y tiene que respirar un par de veces o está seguro que gritará. — la manzana es solo una maldita manzana y la abuela solo es una abuela y quieres creer que las cosas pueden ser por un momento de una forma completamente diferente. Pero eres estúpido, eres estúpido y comes algo de un maldito extraño y ahora tienes una manzana envenenada pudriendo tu cuerpo.
— Ese es un pensamiento bastante específico, Kei. — Hinata lo mira, lo busca y el rubio se sigue negando a mirar. Toma su mano, que aprieta fuertemente las sábanas de su cama. No tiene idea de qué decir al respecto.
Tsukishima suspira. No es como si tuviera más ganas de pelear. Está tan cansado.
— Entonces — dice el pelirrojo, distraidamente. — Hay que buscar un beso de amor verdadero.
Kei mira sus manos unidas y Hinata aprieta un poco más. Entonces lo mira, porque no puede hacer otra cosa.
Hinata le sonríe, brillante y cálido y Kei sabe que él sabe. Él sabe, por la forma en que su agarre sigue firme y su sonrisa se vuelve un poco más triste.
Entonces él llora. Él llora, porque solo quería una deliciosa manzana.
Pero la anciana resultó una bruja, y ahora el veneno lo está matando.