"La mamá conejo y el pequeño viajero"
Había una vez, en un bosque callado,
una mamá conejo de andar delicado.
Vivía en su cueva, segura y tranquila,
mas dentro del pecho, sentía una espina.
Veía a otros juntos, con risa y calor,
pero ella, en su pecho, sentía un temblor.
“No necesito,” decía bajito,
“la vida en silencio también es bonito.”
Pero un día oscuro, tras lluvia y tormenta,
un conejito temblaba en la puerta.
Mojado, cansado, sin rumbo ni guía,
miraba a la madre con miedo y agonía.
—¿Por qué te escondes, pequeño viajero?
—Si salgo, me pierdo, y eso me da miedo.
Mamá conejo, con dulce mirada,
sintió en su pecho la herida olvidada.
Recordó el frío de estar solitaria,
la noche callada, la senda contraria.
—¿Y si te quedas? —susurró sin pensar.
El conejito la quiso mirar.
—¿Por qué? —preguntó, con un hilo de duda.
—Porque sé lo que es, cuando el miedo te inunda.
No hubo respuestas, ni prisa, ni empeño,
solo un suspiro y un paso pequeño.
El conejito, con orejas gachas,
apoyó su frente, cerrando las alas.
Y en ese instante, en su suave calor,
mamá conejo entendió el amor.
No era un hogar lo que ella buscaba,
era un corazón que la esperara.
