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Finalmente, llegaron al local y Keith se acercó al mostrador como un torbellino.
—¡Hola! Quiero dos Big Macs, papas extra grandes y un sundae de chocolate. —ordenó con su encanto característico.
Pico rodó los ojos ante la cantidad de dulces que solicitaba el de baja estatura, se alegraba de ver ese buen humor. Aun así permaneció a su lado con una actitud vigilante, recostado en la barra con calma.
Desafortunadamente, el empleado encargado de tomar el pedido les informó que los sundae de chocolate ya no se vendían. En ese momento, la actitud pacífica de Keith se desvaneció por completo.
—¡No jodas! ¡Quiero mi maldito helado! —bramó con el ceño fruncido, mostrando claramente su ofensa ante la negativa.
Sin dar tiempo a réplicas, sacó su preciado destornillador y comenzó a desmontar furiosamente una de las mesas del local. Los clientes, asustados, huyeron del caos como cucarachas, buscando refugio.
—Mierda, Keith, no otra vez —Pico musitó entre exasperado y divertido. Llevando una mano a su rostro. A pesar de todo, no hizo ademán de detenerlo, simplemente se mantuvo en su lugar, cruzando los brazos, observando la situación con su habitual gesto de desinterés. En el fondo, disfrutaba del espectáculo que seguramente su impredecible novio ofrecería.
Aunque el empleado intentó frenar a Keith, ya era demasiado tarde. Este continuaba desatornillando las patas de la mesa con destreza, amenazando al empleado con una sonrisa de autosuficiencia. Pico lo observaba de reojo, confiado, con una chispa traviesa en sus ojos. Nada como un poco de alboroto cortesía de “BF” para espantar el aburrimiento.
