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Sus dedos acariciaban suavemente el arco de su marido, mientras la brisa revolvía algunos de sus mechones negros. Sin embargo, su mirada se perdía en el horizonte, sin ver realmente la hermosa vista que Ítaca le ofrecía. Aquellas vistas que le recordaban una y otra vez a su marido, Odiseo, ausente durante veinte largos años.
La nostalgia la invadió, y las imágenes de antaño golpearon su mente. Oh, Odiseo, aquel divino Odiseo, aquel de la mente rápida, el favorito de Atenea, quien había robado su corazón.
Veinte años, y cada uno de ellos había fortalecido su esperanza, su convicción de que seguía vivo, buscando alguna manera de volver a casa, de volver a ella. Sin embargo, la realidad la obligaba a pensar rápidamente en una forma de deshacerse de los pretendientes que rondaban su castillo, ansiosos por tomar su mano.