Amarte fue como beber veneno sin darme cuenta, una dosis lenta que se infiltraba en cada rincón de mi ser. Cada palabra, cada gesto tuyo era una gota más que me intoxicaba, mientras yo seguía aferrado a la idea de que algún día todo volvería a ser como antes. Te amé con una intensidad desmedida, con la fuerza de un río que arrasa todo a su paso, sin detenerme a pensar que en ese caudal también me estaba destruyendo.
Pero olvidarte... eso es otro tipo de dolor. Es una muerte lenta, como hojas secas que caen una por una, dejando al árbol desnudo ante el frío. Intento borrar tu presencia, tu risa, tu voz, pero todo en mí te recuerda. Y me pregunto, ¿cómo se olvida a alguien que fue tanto? ¿Cómo se deja atrás a quien un día lo fue todo?
Quisiera odiarte, encontrar en el rencor el consuelo que no hallo en los recuerdos. Pero fracaso. No puedo odiarte, porque en lo más profundo de mí, aún queda el eco de lo que fuimos, aún guardo la ilusión de verte sonreír de nuevo. Y ese anhelo, tan absurdo como doloroso, me arrastra a un ciclo del que no sé cómo salir.
Amarte y olvidarte son dos caras del mismo sufrimiento. Es un duelo constante, una batalla en la que nunca hay ganadores. Me aferro a los momentos pasados, pero cada uno de ellos me hiere, recordándome que ya no estás, que no tienes la obligación de estar, y que en este vacío solo queda el eco de lo que pudo ser.