a medida que las eras pasaban, su soledad se volvía más profunda y su desesperación más palpable. vivía en un ciclo interminable de remordimiento y anhelo, sin encontrar consuelo en su existencia eterna. el vacío dejado por su amado nunca podría ser llenado, y cada día que pasaba solo acentuaba más su desesperanza.
su mente se encontraba atrapada en un ciclo de rechazo y negación constante. a pesar de tener a aquel joven bajo su protección, era incapaz de mirarlo con los mismos ojos deseosos de su pasada adoración. sin embargo, sus manos temblaban con el ferviente deseo de tocar su piel, de volver a sentir la firmeza y la suavidad que podría experimentar por horas, años e incluso por toda la eternidad. deseaba tenerlo, poseerlo, amarlo, besarlo, tantas cosas que había estado reprimiendo por simple desdicha. ¿ cómo podría creerse merecedor de tanto después del peso de sus acciones ? era eticamente incorrecto incluso para las limitaciones de una divinidad. más podía ignorar el dolor punzante en su pecho al no ver la respuesta de su amado. la fragilidad de la vida humana, tan vulnerable a las cosas más simples, era algo que él amaba profundamente. amaba la juventud y la delicadeza con la que su flor buscaba sus palabras. lo amaba, lo adoraba, pero ese mismo amor fue el detonante para que su silencio se volviera continuo. sus acciones, sin embargo, buscaban expresar lo que sus palabras no podían decir; sus manos, en busca de la calidez de la piel del joven, se dirigían a acunarlo contra su pecho, tratando de reprimir el dolor de su alma mientras limpiaba cada lágrima derramada de sus suaves mejillas. si pudiera, llenaría esas mejillas con el afecto de sus labios, evitando que tal belleza fuera empapada por las lágrimas de dolor de su Jacinto.