La princesa, aunque melancólica por la perdida de su propia familia y su dificultad para navegar el tiempo en el que actualmente se encontraba, había logrado mantener una sonrisa siempre que podía. Quizá por eso se llevaba bien con otros de sus compañeros, o al menos, no tenía riñas con nadie.
Pero no negaría que incluso ella tenía sus favoritismos, por ejemplo aquel paciente; recordaba la primera vez que lo conoció en una partida, su expresión de incomodidad y hasta nerviosismo cuando ella se acercó a decodificar a su lado. Cuando la psicóloga le explicó la situación, sin embargo, eligió que ahora su meta era cuidarlo cada vez que pudiera, incluso desde lejos. Evitandole ser derribado, ayudándolo a reunirse con Ada cada vez que era necesario, porque en cierta parte ella envidiaba tal vínculo.
Mientras observaba la nieve que caía sobre ella, ignorando el frío que le calaba, mantenía una sonrisa brillante de emoción; la nieve aún era algo que la maravillaba, que la hacía sentir como una niña de nuevo. Se preguntó si, su hermano estuviera ahí, podría convencerlo de hacer...¿como los llamaban? Angeles de nieve, si no mal recordaba.
Con una suave risa y un tarareo para si misma, se mecía sobre la masa blanca, dejando su vestido alzarse levemente con ella cada vez que daba un giro, hasta que algo llamó su atención. La mirada sobre ella no era algo que no reconociera, pero si pudo escuchar el suave murmullo con su nombre, llevado por el viento hacia ella. Alzó la mirada antes de encontrarse, justamente, con su favorito. La expresión de confusión se derritió en una sonrisa alegre, amable a su vez, mientras ella elegía caminar hacia él.
— Emil. Que bueno que te veo... —