Como una niña pequeña, de cuclillas, desempolvo un viejo libro. 
    Leyendo medio-a-oscuras mi propia historia. Y, ¿cómo has podido ser tan tonta? Me digo. No respondo. Me levanto despacio. En silencio. Para no despertar al tiempo. Frente al espejo me leo las clavículas; me recito las vértebras y, ¿cómo eres tan idiota? Me digo. No respondo. Silencio cómodo. Me cierro la caja torácica. Me despeino y me descoloco. Destrozo los relojes, hasta de arena. Rompo todos los espejos y pierdo la cuenta de la mala suerte que me espera. Quemo los recuerdos en papel y en verso. Olvido mi primer beso.
    Freno el tiempo por un momento. ¿Eterno? Tal vez. Me desconecto de lo que quiera que me mantenga viva y respiro. 
                               Dióxido de carbono y miedo.