Se sentaron en una mesa junto a un ventanal con vistas a la ciudad, y un camarero se acercó rápidamente para tomar sus órdenes. Ichiro pidió un filete poco hecho, mientras que Alya optó por algo más ligero, una ensalada con salmón.
—Debo admitir que no estuve tan mal, considerando que apenas duermo —comentó Ichiro mientras se recostaba en su silla, tomando un sorbo de su vino.
Alya lo miró, una ceja arqueada. —¿Cuándo fue la última vez que descansaste adecuadamente?
—¿Descansar? —Ichiro sonrió como si la idea misma fuera absurda—. El descanso es para los mediocres. Además, con una mente como la mía, siempre estoy ocupado pensando en el próximo gran movimiento.
Alya no pudo evitar rodar los ojos. —Claro, porque tú nunca te apagas, ¿no es así?
Ichiro se inclinó hacia adelante, sonriendo con ese toque de arrogancia que le era tan característico. —¿Y por qué debería? Mientras los demás duermen, yo estoy haciendo que el mundo gire.
—A veces pienso que crees que eres el centro del universo —replicó Alya, aunque había una leve sonrisa en sus labios.
Ichiro soltó una carcajada suave. —Bueno, alguien tiene que serlo, ¿no? Y quién mejor que yo. —Luego, suavizando su tono, agregó—: Pero, hablando en serio, princesa, hiciste un gran trabajo hoy. Me recordaste que, a pesar de todo, llevas mi sangre.
Alya tomó un sorbo de su agua, pensativa. —No sé si eso es un cumplido o una advertencia.
—Es ambas cosas —dijo Ichiro, su mirada se volvió más seria, aunque mantuvo el tono juguetón—. Solo recuerda que, a pesar de todo lo que he hecho, todo esto es para que tengas un futuro en el que puedas ser quien quieras. No hay límites para ti, Alya. Y eso es algo de lo que siempre estaré orgulloso.
Alya lo miró en silencio, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Tal vez había más en su padre de lo que siempre había pensado. Tal vez, en algún rincón de su arrogante personalidad, había un hombre que realmente se preocupaba por ella.