Sarah aprendió a los doce años que el sonido de una púa golpeando cuerdas era más reconfortante que la mayoría de las palabras. Su hogar, la caravana, era pequeño, pero tenía su propia banda sonora: el heavy metal de Eddie.
No era una niña callada. Tenía la misma intensidad en los ojos que su primo mayor, pero la canalizaba de forma diferente. Mientras Eddie dirigía a los inadaptados en el club Hellfire, Sarah se sentaba en el suelo de su caravana con sus audífonos, dibujando monstruos en cuadernos rayados, sintiendo que esos dragones y demonios la entendían mejor que los niños de su edad.
Para la gente de Hawkins, Sarah era "La hermanita del fenómeno". Para ella, Eddie era su universo. Él le había regalado su primera cinta de Iron Maiden y le había enseñado a hacer el signo del cuerno mucho antes de que supiera atarse los cordones de sus botas.
Su momento favorito era cuando Eddie la dejaba colarse en las reuniones iniciales del Club. Ella se quedaba en un rincón, jugando con un único dado de 20 caras gastado, observando cómo su hermano se transformaba en el carismático Amo del Calabozo. Él no la trataba como una bebé; le hablaba de estadísticas, roll-playing y de la belleza de no encajar.
A diferencia de Eddie, Sarah no tenía un grupo de amigos. Sus mejores amigos eran su reproductor de casetes y el pesado colgante de murciélago que Eddie le había dado, un amuleto contra el "verdadero mal" de Hawkins: la gente que juzgaba sin conocer. En su mente de 12 años, si Eddie, la persona más ruidosa y sincera que conocía, era considerado un monstruo, entonces el monstruo era el mundo. Y ella estaba lista para enfrentarlo, con una canción de Motorhead a todo volumen.