La casa estaba silenciosa, envuelta en la penumbra
que se filtraba entre las cortinas del dormitorio.
Kayden abrió los ojos de golpe, con la respiración
contenida en el pecho, como si un sobresalto
invisible lo hubiera arrancado del sueño.
A su lado, la albina seguía dormida, tranquila,
y por un instante se quedó observándola,
tratando de aferrarse a esa imagen como un ancla.
Pero el peso en su mente era demasiado.
Con cuidado, apartó las sábanas y se incorporó,
los pies descalzos encontrando el frío del suelo.
Caminó despacio hasta la sala, sin encender ninguna
luz, dejando atrás el latido acompasado de su prometida.
Cuando se dejó caer en el borde del sofá, sus manos se
apoyaron pesadas sobre las rodillas, y el silencio de la
noche lo envolvió entero.
Sus ojos turquesas parecían mirar a través de la habitación,
pero no a nada en particular. Había algo en su calma que
resultaba inquietante, una quietud que no era tranquilidad,
sino disociación.
.˚∅⌝ ─────ㅤA veces me pregunto… –su voz surgió apenas, baja y serena, como si hablara consigo mismo y con un mundo invisible a los demás—, si el universo sigue adelante aunque yo no lo note, o simplemente… ¿Se detiene para mí? –se recostó levemente hacia atrás, el cuerpo relajado pero los pensamientos vibrando en silencio-
Cada respiración era medida, casi ritual, mientras
el tiempo parecía doblarse a su alrededor.
En ese instante, el moreno no estaba del todo allí…
y al mismo tiempo, lo estaba todo.