Ella era una estrella, condenada a brillar aunque la soledad la consumiera. Él, un eclipse que en un instante fugaz la abrazó con tal fuerza que creyó que el universo entero se rendía ante su amor. Pero la eternidad no les pertenecía: ella lo esperó, fiel, hasta que la espera se volvió abandono, y en su fulgor quedó la herida abierta de lo que nunca volvió. Ahora, mientras su luz persiste en la inmensidad, sabe que el eclipse la odia por continuar sin él... y sin embargo, en lo más profundo de su corazón late un ruego silencioso: que algún día él la perdone, y que entienda que jamás hubo un resplandor que no llevara grabada su sombra.