Oh, Aleksei, qué esfuerzo tan adorable el tuyo. Hablas de “decidir cuándo termina el juego,” como si de verdad fueras quien lleva las riendas. Pero, ¿no ves? Sin mí, ni siquiera hay un juego para empezar. La idea de que creas que puedes manejarme me resulta... deliciosa. Eres tan predecible, soltando amenazas que, en el fondo, solo muestran cuánto deseas esa atención de la que tanto te burlas. Y aquí estoy, concediéndotela, porque ¿qué sería de ti sin mi atención? ¿Te molesta mi “arrogancia”? Me alegra. Eso solo significa que estoy exactamente donde quiero estar, justo en el centro de tu irritación. Pero no te confundas, Aleksei. Esto no es una obsesión de mi parte; es pura estrategia. A ti te duele aceptar que, al final, dependes de cada movimiento que yo haga. Y no me hagas reír con lo de “superficie de lo que puedes hacer.” Sabemos ambos que tu única baza es esperar a ver cómo yo actúo primero, y tú te limitas a seguir el ritmo. Disfruta esta ilusión de control, porque llegará el momento en que cada palabra, cada risa que has soltado, solo será otro eco vacío en el juego que dominas tan solo en tu cabeza.