Bien, pero luego no te quejes si terminas con un ojo morado, tú mismo te lo buscas cada vez que me llamas así. Y por cierto, no eres tan gracioso como crees. Sería mucho más feliz si cierto tejón dejara de entrometerse en mi camino a cada rato. En fin, Diggy, ya veremos qué tan lejos llegas como prefecto, pero sinceramente no espero mucho. De hecho, ya hice mis apuestas con Lucinda, así que será mejor que fracases, por tu propio bien. ¡Es que lo es! No tienes idea de lo que es convivir con alguien cuya bocaza suelta tonterías cada cinco minutos y cuya mera presencia es exasperante. Y no me vengas con que no te quejas de mí, porque tu hermana ya me contó que no paras. Lo cual, si me preguntas, es una gran señal de que estoy haciendo un excelente trabajo en arruinarte la paciencia. Tsk, ¿y quién te ha llenado la cabeza de semejantes mentiras? ¿Una de tus tantas admiradoras? Porque, sinceramente, deberías verte en un espejo, cara de bebé, das menos miedo que un puffskein enojado. ¡Y no tengo mal genio! Lo que pasa es que eres insoportable. Me irritas. Muchísimo. ¡Y encima eres un soplón! ¿Así es como piensas solucionar todo? ¿Acusándome? Qué patético. Mucha suerte con eso, Diggy, porque la verdad es que no creo que jamás dejes de parecerme un completo idiota.