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Theo aguardaba con impaciencia en el pasillo junto al camerino de Angèlique, recostado con aparente desinterés contra la pared. Sus pensamientos vagaban inevitablemente hacia la bailarina de cabello dorado que había captado toda su atención durante la función. Estaba tan absorto en sus reflexiones que casi no notó cuando la puerta del camerino se abrió de golpe y su hermana salió apresuradamente, con una expresión que oscilaba entre la preocupación y la urgencia. —¡Theo! —dijo Angèlique, su tono cortante pero teñido de premura. Él arqueó una ceja, enderezándose lentamente. —¿Qué pasa ahora? —preguntó, con un deje de aburrimiento.
          
          —Artemisa se dobló el tobillo mientras salía del escenario —explicó ella rápidamente, haciendo un gesto hacia el corredor detrás de ella—. Está sentada, no puede caminar, y necesitan llevarla a la enfermería. Theo parpadeó, una chispa de interés encendiéndose en sus ojos oscuros. Angèlique lo miró con una sonrisa apenas perceptible y añadió con un tono burlón:
          —Es tu oportunidad.
          
          Antes de que pudiera responder, su hermana lo tomó del brazo y prácticamente lo empujó en la dirección indicada. Theo no necesitó más incentivos. Al doblar la esquina, ahí estaba ella: Artemisa, sentada en un banco, con el rostro ligeramente crispado por el dolor mientras sujetaba su tobillo. A su alrededor, algunos miembros del equipo de ballet intentaban decidir qué hacer, pero al notar la figura alta y resuelta de Theo acercándose, se hicieron a un lado. Él se detuvo frente a ella, inclinándose ligeramente para mirarla a los ojos. — ¿Todo bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de una confianza natural.

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El mayor le daba una calada a su cigarro mientras se recostaba en la negra camioneta, esperando a que su hermana saliera del estudio de ballet, vestido todo de negro y con una mano metida el bolsillo de su pantalón. Había decidido recoger a su hermana por primera vez, si era honesto, era más por Artemisa que por Angèlique, pero eso no importaba.
          
          Notó como aquella rubia salía del estudio, y al instante sus ojos volvieron a ella, mirándola de arriba a abajo mientras expulsaba el humo de su boca, sin ninguna expresión en su rostro, y después de ella, salió la menor de los Leone, quien subió rápidamente a la camioneta, vestida con un conjunto negro y unos lentes que cubrían sus ojos. 
          
          "Theo, te dije que dejes de acosar a la pobre chica. De seguro le causas más miedo que atracción." Negó con la cabeza y el italiano río entre dientes. — Ni que la siguiera a todos lados, Angèlique. Me parece linda y es todo, ¿acaso te incumbe? — Rodó los ojos y aceleró, como era de costumbre. "Haz lo que quieras. Solo te digo que no gastes tu dinero en algo que no se va a dar." Dijo la menor, cruzándose de brazos. — Tú lo has dicho, es mí dinero. — Dijo él. "Bueno, imbécil. Pero si esa princesita nos descubre entonces será todo tu culpa."
          
          Ya en la gran residencia de los Leone, Theo se dirigió a su habitación donde encontró a sus dos hermanos esperándolo. "¿Cómo te fué con la rubita?" Preguntó Carlo, el menor. — Todos ustedes son unos entrometidos. Yo qué sé, por lo menos la ví. — Comentó el más alto. — Ya veré que hago.

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El italiano ingresó irradiando un aura de misterio, escoltado por su imponente familia y varios guardaespaldas que caminaban con precisión milimétrica tras ellos. Su presencia despertó un murmullo generalizado entre los asistentes al evento, quienes intentaban adivinar quiénes eran. ¿Funcionarios del gobierno? ¿Alguna celebridad de renombre? Ambas suposiciones eran incorrectas. Se trataba de Il Velo Nero, la temida mafia siciliana, una de las organizaciones más peligrosas y enigmáticas de Sicilia.
          
          Se ubicaron en una de las filas cercanas al escenario, ocupando sus asientos con una elegancia natural. Cuando las luces se apagaron y el telón se alzó, comenzó la función.
          
          Para Theo, el ballet era un arte al que apenas le prestaba atención. Al menos, así había sido hasta que sus ojos captaron a una bailarina rubia que ingresaba al escenario con la gracia de una diosa. En ese instante, toda su indiferencia se desvaneció. Se reclinó en el asiento, observándola fijamente, sus ojos oscuros fulgurando con una curiosidad recién descubierta. A su alrededor, sus hermanos intercambiaron sonrisas maliciosas y comentarios burlones que pronto atrajeron una reprimenda de su madre. Theo, sin embargo, permaneció imperturbable, completamente absorto en la joven que danzaba frente a él.
          
          
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          Al finalizar la presentación, el mayor de los hermanos se dirigió al camerino de su hermana para felicitarla, envolviéndola en un abrazo cálido.

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"Aw, ¿y ahora qué quieres? Nunca vienes a verme" Bromeó Angèlique, arqueando una ceja mientras correspondía el abrazo. — Nada en particular, sólo quería saludarte… y preguntarte quién es la rubia del tutú rosa. La bailarina detuvo sus movimientos un instante, luego soltó una risa ligera mientras comenzaba a desmaquillarse frente al espejo.
            "¿Artemisa? Ni lo sueñes, querido. Es una criatura delicada, una princesita de porcelana que jamás se interesaría en alguien como tú." Theo rodó los ojos con una sonrisa desdeñosa. — Siempre tan alentadora, Ange. Gracias.
            
            Tras un último vistazo a su hermana y al camerino, salió del lugar. Sin embargo, antes de partir del todo, sus ojos volvieron a buscar, por unos segundos, la figura que había capturado su atención esa noche, antes de regresar al lado de su familia.
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