En su vagar por el mundo, sin rumbo fijo, llegó a oídos de un lugar especial, uno donde personas con habilidades extraordinarias eran aceptadas y entrenadas. A pesar de su naturaleza desconfiada y su temor de perder el control, Cael sintió que tal escuela podría ofrecerle lo que más necesitaba: conocimiento, control y, tal vez, un poco de semejanza. El viaje hasta el lugar fue largo y solitario, marcado por la constante sensación de estar siendo observado por fuerzas más allá de su comprensión. Cuando finalmente llegó, Cael encontró un campus apartado, escondido entre las montañas, alejado de los ojos curiosos del mundo. Un lugar tan aislado como él, donde otros como él —personas con habilidades sobrenaturales— podrían encontrar refugio y entrenamiento sin ser perseguidos ni temidos.
En sus primeros días, Cael se sintió desconcertado. Se acostumbró a la rutina, a los entrenamientos intensivos en los que otros estudiantes se enfrentaban entre sí para mejorar sus habilidades, y a las clases que trataban sobre la ética de usar poderes tan peligrosos. La escuela tenía una atmósfera extraña y tensa, un equilibrio frágil entre la disciplina estricta y la libertad de ser uno mismo. Era un lugar donde las reglas eran necesarias para contener el caos que sus poderes podrían causar, pero también un lugar donde cada estudiante parecía tener un secreto oscuro.
Uno de los momentos decisivos en sus primeros días fue cuando un incidente ocurrió durante un entrenamiento de combate. Un estudiante con habilidades telequinéticas lo atacó sin previo aviso, y Cael, al no estar preparado para un enfrentamiento físico, perdió el control de sus poderes. Las sombras que invocó en su defensa se desbordaron y casi destruyeron parte del gimnasio. Fue un recordatorio de lo cerca que estaba siempre del abismo, y de lo que podía suceder si no mantenía su magia en equilibrio.
Tras este incidente, los maestros de la escuela se acercaron a Cael y le ofrecieron orientación más directa.