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Mientras se dedicaba a la medicina, la condición de su hermano empeoraba. A pesar de sus esfuerzos por combinar su carrera con investigaciones experimentales, él falleció a los 20 años, dejándolo devastado.
          	  
          	  La muerte de su hermano desmoronó el propósito de Eren. Sintió que su vida entera había sido un fracaso, que su búsqueda de la perfección no era más que una ilusión. Este evento lo empujó a una existencia mecánica, donde trabajaba para salvar vidas, pero ya no encontraba significado en ello.
          	  
          	  Poco después, comenzó a alejarse de las relaciones humanas. Aunque era extremadamente eficiente en su trabajo, su comportamiento distante e insensible se hizo evidente. Este aislamiento lo llevó a perder conexiones importantes, como con sus pocos amigos y colegas cercanos.

Nacido en una familia acomodada en una metrópolis conocida por su enfoque en la excelencia académica. Su padre era un cirujano cardiotorácico de renombre, y su madre, una investigadora en biomedicina. Desde joven, Eren estuvo rodeado de altas expectativas. Su infancia, aunque estable en apariencia, fue marcada por una disciplina estricta y una constante presión para sobresalir.
          	  
          	  La relación con sus padres era distante. Para ellos, era un proyecto a perfeccionar, no un niño que necesitara afecto. Como resultado, aprendió a ocultar sus emociones y a concentrarse en sus estudios, viendo las interacciones humanas como transacciones más que relaciones genuinas.
          	  
          	  Tenía un hermano menor, quién nació con una enfermedad degenerativa que afectaba su sistema nervioso. Aunque sus padres intentaron mantener la apariencia de control, la condición de su hermano era un recordatorio constante de que incluso los más brillantes pueden fracasar frente a lo impredecible de la vida.
          	  
          	  El joven desarrolló un vínculo profundo con su hermano menor, pues era la única persona con quien podía ser completamente él mismo. La situación marcó a Eren de manera irrevocable y a sus 16 años, decidió que se convertiría en médico para encontrar una solución a la enfermedad de su hermano. Este objetivo se convirtió en el motor de su vida y en una obsesión que lo aisló aún más del mundo.
          	  
          	  A los 24 años, ya era un médico destacado en neurología, conocido por su inteligencia y frialdad en situaciones críticas. Trabajaba en uno de los hospitales más prestigiosos de la ciudad, donde sus colegas lo admiraban, pero también le temían. Para él, salvar vidas no era un acto de compasión, sino una forma de reafirmar su control sobre lo impredecible.