SoyMarcoMorder
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La mejor palabra para expresar lo que el alemán sentía era “euforia.” Después de la victoria en el partido de despedida del año escolar, Marco Mörder no experimentaba más que satisfacción. Tras celebrar con sus compañeros y brindar unas palabras de felicitación como capitán, acomodaba su uniforme de forma meticulosa, en un ritual casi obsesivo, mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Dos chicas se acercaron a felicitarlo, pero él ni siquiera las miró; su mente estaba ocupada en algo más intenso, en algo más oscuro. Sin embargo, una voz suave y segura logró captar su atención. Levantó la cabeza con una calma calculada, casi mecánica, y ahí estaba ella. Fiorella Manks, con su cuaderno y una mirada inquisitiva. Marco la analizó durante un minuto, sus ojos fríos y calculadores, apenas mostrando algún interés genuino. Y luego sonrió, una sonrisa tan perfecta como vacía, cuidadosamente diseñada para dar una impresión de amabilidad. —Un gusto, Fiorella. No tengo ningún problema —respondió, con voz suave, que parecía deslizarse como un veneno disfrazado de gentileza—. ¿Ahora o…? Desde el principio, Marco mostró una paciencia anormal. Su voz, su postura, todo en él era un acto perfectamente estudiado. Mientras Fiorella comenzaba su entrevista, preguntándole sobre el partido, su éxito como capitán, y sus planes para el futuro, Marco respondía con una perfección robótica. No era la primera vez que actuaba frente a los demás, que se escondía tras esa máscara de perfección. Pero, internamente, su mente viajaba a otros pensamientos, a un placer que no podía expresar, a la euforia que lo embriagaba con cada crimen, con cada mirada de temor que arrancaba a sus víctimas.
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— Es una cita. — Mörder afirmó y le guiñó uno de sus azúles ojos a la féminaa antes de darse la vuelta y empezar a caminar hacia los vestidores vacíos cerca de la cancha de basketball mientras tarareaba una melodía parecida a "Psycho Killer", con su mochila negra en mano y su mente tranquila y preparada para lo que estaba a punto de hacer, con una sonrisa casual pero algo en ella lo hacía psicótica. Entró a los vestidos, y dentro de ellos, a los baños. Con su mente llena de ideas, empezó por la capa, para ser seguido por la máscara tan reconocida y temida por los habitantes de Silver Oak, y después de asegurarse que los vestidores estén vacíos y solo aquél pelinegro que había estado empujándolo toda la noche, sacándolo de sus enfermas casillas esté ahí, el alemán comenzó a silbar aquella melodía que antes tarareaba. "Cállate, mierda." Dijo Michael, y Marco solo ajustó su máscara. No planeaba hacerlo largo, solo quería quitarse aquél rencor de encima. ¿Que mejor forma de hacerlo que clavarle un cuchillo en la espalda que tanto lo estaba empujando? El más alto salió del baño, y finalmente se puso detrás del chico que estaba lavandose la cara y una vez terminó, miró al espejo, entonces fue cuando clavó aquel arma en la gran espalda del causante del dolor de cabeza de Marco en el victorioso partido, y luego rajó su cuello con facilidad, para despedirse de él con una última puñalada en el estomago. ... Salió como si nada de la escuela, no sin antes, claramente, haberse cambiado a una ropa más decente y buscar con la mirada a la pelinegra, a quien divisó entre una multitud y se dirigió a ella con una sonrisa calmada, como si no hubiera cometido un brutal asesinato ahí dentro. — Perdón por la tardanza, hermosa. Estaba saludando a unos amigos.
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Marco Mörder no solía detenerse a pensar en los detalles. Tenía una rutina calculada, una serie de respuestas y gestos automáticos que le permitían moverse en sociedad sin levantar sospechas, un juego de máscaras que dominaba a la perfección. Pero mientras respondía a las preguntas de Fiorella, se dio cuenta de que, por alguna razón, no estaba siguiendo su guion de siempre. Las palabras le salían de manera espontánea, con una honestidad que lo desconcertaba. Era como si algo en la dulzura profesional de Fiorella lo estuviera forzando a quitarse la máscara, aunque fuera solo un poco. La chispa de interés en sus ojos lo distrajo, y al mismo tiempo, encendió algo en él. Ella parecía tan concentrada en hacer bien su trabajo, tan ajena al juego oscuro en el que él estaba sumergido, que le generó una especie de curiosidad genuina. No había planeado eso; él había perfeccionado su habilidad para actuar y manipular, pero la sensación de realidad que ella le provocaba era nueva. Incómoda, incluso. —Creo que me dedicaría a portarme mal contigo —había dicho, y en ese momento, se dio cuenta de que no estaba bromeando. La idea de verla fuera de esa faceta profesional comenzó a rondarle la mente. Ella no era como los demás. Fiorella tenía esa mezcla de dulzura e inocencia que lo desafiaba, como si le recordara una parte de sí mismo que había suprimido hacía mucho. Y esa sensación, esa chispa de incomodidad y atracción, despertaba en él un deseo de control, de posesión. ¿Qué pasaría si ella realmente descubriera quién soy? La idea lo hizo sonreír, pero ahora la sonrisa tenía algo más oscuro, algo más profundo. No podía evitar pensar que Fiorella, con su curiosidad y su afán de entender todo, podría llevarlo a hacer cosas que había reprimido hasta entonces. — Estás libre luego de esto? — preguntó, pero esta vez, las palabras llevaban una intención clara, una invitación a entrar en su mundo, aunque ella aún no lo supiera.
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