— La joven se agachó para recoger las coronilla y flores caídas, sus dedos rozando las suaves pétalos con cuidado, casi como si esas flores fueran parte de su ser. Su rostro se iluminó con una sonrisa tímida, avergonzada por el pequeño accidente. Al levantarse, le ofreció un pequeño ramo de flores hecho con las flores caídas. — ¿Está seguro? Y no se preocupe por mi, yo estoy bien, el que me preocupa aquí es usted.
— Miró al sacerdote con curiosidad, admirando su cruz, que brillaba levemente con la luz del sol. — ¿Es usted... un sacerdote? Es inusual ver a alguien como usted en un lugar tan tranquilo.