James se llevó una mano al walkie-talkie, la otra se apretó inconscientemente sobre el bolsillo donde guardaba su smartphone. / Y-Yo... Su voz se quebró, incapaz de formar una palabra que tuviera sentido. La garganta se le secó. Toda la narrativa de la película, el teatro y los actores se desvaneció, dejando solo la verdad brutal: estaba solo en un museo lleno de fantasmas de bronce, mármol e historia, y uno de ellos conocía su nombre. M-mi General, mis disculpas... / Murmuró, su mirada fija en el suelo pulido. No, no es teatro. Lo entiendo. Lo siento, Señor Aníbal Barca. Soy un neófito, un... cordero, como dice usted.