Desaparecerte no te va a liberar de las pensiones alimenticias, ¿eh?
Ni de los platos sucios que dejaste como testamento.
No sé dónde estés—si en un rincón del jodido mundo o en algún bar donde finges que el whisky te absuelve.
Pero te extraño.
No como se extraña el sol en invierno,
sino como se extraña el ruido del ventilador cuando el insomnio se instala.
Te extraño con rabia, con risa, con esa maldita costumbre de hablarle al vacío
como si fueras a contestar.
Si vuelves,
veré cómo repetirlo.
Con esa única condición, idiota:
que no vuelvas a esconderte detrás de tus silencios largos
ni de tus teorías sobre cómo el amor es una construcción social.
No me hagas empezar con cursilerías tipo: “Día 227 sin ti”, porque me aviento de un puente.
Pero antes dejo una nota en la baranda:
“Esto también es tu culpa.”