Jay-Jay.

Navegando con él barco.. ¿SABES LO REVOLTOSA QUE ESTÁ LA MAREA ESTOS DÍAS? Dijeron que no es muy viable ir en barco, pero lo bueno es que estás a salvo. No te preocupes, tampoco me dijo nada del otro mundo, solo lo de siempre. ¿Me lo prometes? Porque si me entero de que te fuiste a surfear sin mí te arrastro por toda la isla, Y ES UNA AMENAZA. (Broma)

Era un surfista increíble, casi como si naciera con la tabla bajo los pies. Las olas no lo asustaban, ni siquiera cuando el mar se volvía peligroso. Le daban adrenalina, le daban propósito. Pero lo que más le importaba era su gente. A los chicos del barrio, los que no tenían más que sueños rotos y las mismas ganas de escapar, Jayden los protegía a toda costa. Si había que arriesgar su vida por ellos, lo hacía sin pensarlo dos veces. Siempre decía que si alguien debía caerse de la tabla, sería él.
            
            A pesar de la dureza de su vida, Jayden siempre tenía una sonrisa para quienes lo rodeaban. Sus amigos, aquellos que también vivían en las zonas más oscuras de la isla, eran su familia elegida. Siempre dispuesto a ayudar, a veces incluso arriesgando su propia seguridad para proteger a los suyos. Si alguien de los Lowtide necesitaba un favor, Jayden no preguntaba el precio. Si alguien estaba en problemas, él se lanzaba al agua sin pensarlo.

En la isla Seabreeze, donde el sol parecía brillar solo para los ricos del lado norte, Jayden Maxwell vivía en Lowtide, el barrio olvidado por el resto del mundo. Desde que su padre se fue en un bote hacia aguas más tranquilas, y su madre se sumió en el alcohol olvidándose de su hijo por completo, Jayden aprendió a cargar con el peso de la vida desde una edad temprana. A los catorce años, ya era el proveedor de su hogar, aunque la casa estuviera llena de sombras y botellas vacías.
            
            Jayden no necesitaba lujos ni riquezas. Lo único que le importaba era su tabla de surf, las olas de Lowtide y, sobre todo, sus amigos. Cada día era una lucha para conseguir algo de comida, para pagar lo poco que podían en el mercado o en la tienda local. Las olas de Lowtide, aunque hermosas, también parecían recordar a Jayden que el océano no da nada sin que primero se lo arranque a alguien. A él no le importaba. Cada mañana, mientras la niebla cubría el mar, él ya estaba en el agua, buscando esa ola perfecta que no solo lo desafiaba, sino que lo liberaba. En el agua, se sentía libre, aunque la realidad siempre lo alcanzaba al final del día.